Desde 2017 la política catalana ha protagonizado infinidad de portadas, por su pulso al Estado un histórico 1 de octubre. Jornada de tal calibre, que hoy sigue generando desvelos, confusión y mucha mala baba, según los casos. 

El 1-O no se entiende sin el fallo del Constitucional en 2010 sobre un Estatut aprobado en referéndum, ni sin la falta de voluntad negociadora del Estado. Las imágenes de las cargas policiales de aquel día dieron la vuelta al mundo, y dejaron la imagen estatal a la altura del betún. Nuestra portada habló de “victoria de Catalunya y la democracia ante la represión del Estado”.

Portada de DIARIO DE NOTICIAS del 2 de octubre de 2017.

Portada de DIARIO DE NOTICIAS del 2 de octubre de 2017. ARCHIVO DIARIO DE NOTICIAS

Aquel 1-O finalmente quien quiso pudo votar, gracias a una movilización política y social extraordinaria, no exenta de ribetes épicos. Las urnas, que no habían podido ser localizadas, se impusieron a las porras de la Guardia Civil y Policía Nacional. El problema, para la Generalitat, era gestionar ese éxito sin perder un ápice de discernimiento, o esperar disposición negociadora por parte de un Estado agresivo, preso del escozor. El discurso de Felipe VI fue el pistoletazo de una oleada castigadora, falto de empatía, muy decantado a la derecha y a los propios intereses de la Zarzuela. El rey ni moduló ni moderó; tocó a rebato, y abanderó una senda aún no cerrada.

El problema para la Generalitat fue gestionar el éxito del 1-O sin perder un ápice de discernimiento

Mientras, en el independentismo, fue clamorosa la falta de unidad de aquel artefacto llamado Junts pel Sí, viciado en el tacticismo a ninguna parte. La coalición pisaba terreno casi virgen, que requería de todas las brújulas y compañerismos posibles. Y terminó transitando por la desconfianza mutua, consecuencia en el fondo de un realismo de puertas adentro, que asumía que el 1-O no mandataba la independencia, ni cabía implementarla, como se vio en la simbólica DUI. En este choque el Estado abrazó el punitivismo con un afán inusitado, frente a un ‘procés’ en el que faltó maduración y sobró ingenuidad y un cierto narcisismo. Ante el prejuicio del no se atreverán, la Generalitat se entregó a la necesidad de hacer ver y proyectar que aquello iba en serio. De esta forma, el pulso se sostuvo para hacerlo verosímil, y la convocatoria de unas elecciones autonómicas fue descartada bajo el oprobio deque el 1-O quedara atravesado por el estigma del fracaso o el de una traición comparable con la de Judas Iscariote.

Puertas adentro sí hubo un fondo de realismo que asumía que el 1-O no mandataba la independencia

Con todo, esa convocatoria estuvo muy cerca de materializarse, pero el Estado, lanzado ya al 155, vio la oportunidad de tomarse la revancha. El derecho a decidir es una idea poderosa, y aquella escenificación se ha pretendido castigar con saña. El coste para expresos y escapados ha sido enorme, y el trauma político en Catalunya potente. Que tras los indultos se apueste por la amnistía es un paso en la buena dirección. El afán de atacarla bajo acusación de terrorismo ejemplifica la histeria que late en amplios sectores del Estado, especialmente contra Puigdemont. La capacidad de dribling del expresident ha resultado indiscutible, y según para quién, digna de admiración. Pero un test de estrés como el de octubre del 17 hubiese requerido más prudencia y anticipación.

La derecha comprobó que sin ETA el conflicto soberanista en Catalunya era una herramienta de construcción nacional española, y de refuerzo del discurso autoritario. Desde entonces, el nacionalismo español más disgregador se ha desbocado, y lo saben ya hasta en Ferraz. Los socialistas sufren hoy la ojeriza del extremismo españolista. La fachosfera, término polémico, pero descriptivo, anda muy justa de talante democrático y sobrada de hipocresía. Han pasado 6 años y medio desde el 1-O. Aunque sea por necesidad, ha habido mucho diálogo para que cristalizase la amnistía. Las mayorías complejas y plurales el 12 de mayo en Catalunya pueden dibujar que es momento de más política y menos teatralización. La realidad aboca a acuerdos, a la anchura y al sosiego. Seguramente se abra un tiempo de síntesis. El problema será cómo se define y se vertebra.