Primero fue Tratado de hortografía, luego, Chucherías Herodes, y, ahora, La mentira es la que manda (Pamiela). Montajes, manipulación de pruebas, medios de desinformación... De esto trata la nueva propuesta de Patxi Irurzun (Pamplona, 1969). Eso sí, no faltan su humor característico y el oso panda de los Lendakaris Muertos. Tampoco el Mono Charlie y su intento de beatificación...

La revista ON publicará también el sábado las primeras páginas de este trabajo.

El libro está dedicado a su madre.

–Sí. Hay como dos tramas principales, una de ellas es la de superabuela, que, hasta ahora, en las novelas anteriores había sido un personaje un poco más secundario y aquí tiene protagonismo. No es mi madre en realidad, pero sí que hay muchas cosas, muchos recuerdos de niñez del protagonista relacionados con su madre que son míos, aunque los transformo a través de la literatura. Mi madre también se quedó viuda cuando todavía éramos muy pequeños, yo, por ejemplo, tenía 3 años, y el tema de la viudedad también aparece en la novela. En aquellos tiempos, y a pesar de la desgracia personal y de las limitaciones económicas, las mujeres viudas conseguían un estatus social que les permitía cierta libertad e independencia. 

En ‘La mentira es la que manda’, al igual que en los anteriores, aparece lo que supone ser padre, pero en este caso también da mucha importancia a qué significa ser hijo e, incluso, qué pasa cuando te conviertes en padre de sus padres. 

–Es uno de los ejes del libro. El personaje se encuentra presionado, emparedado, en medio de lo que le sucede a su hijo, que está en la cárcel, y la enfermedad de su madre. A partir de ahí, empieza a hacerse una serie de planteamientos sobre la relación con ella que no se había hecho nunca, y que tienen que ver con el hecho de que, de repente, te conviertes en padre de tu madre cuando tú, por edad, también vas camino de eso. Así llegan las preguntas sobre la enfermedad, la muerte, la fugacidad de la vida... A la vez, sigue siendo padre de unos hijos que se están convirtiendo en adultos. Esta situación le descoloca y aumenta ese sentimiento que siempre ha tenido de extrañeza respecto al mundo, con todo; porque se siente como extranjero en todas partes. Siempre quiere estar en otro sitio diferente al que está. Bueno, en realidad, lo que le gustaría es estar siempre escribiendo, leyendo... 

¿Siente que no encaja en ninguna parte?

–Sí, es un extraño, lleva toda la vida un poco perplejo ante el mundo, un poco por carácter, pero también por su percepción de las cosas. Todo es raro para él. 

¿Qué me dice de las frases de la contraportada, por ejemplo, la de los Lendakaris Muertos: “Patxi Irurzun es nuestro escritor vivo favorito”?

–Con los Lendakaris tengo relación desde hace algún tiempo, sobre todo con Aitor, el cantante. Les escribo las hojas de promo y, de alguna manera, soy un poco parte del grupo. El protagonista de estos libros es quien está bajo el oso panda de sus conciertos y, bueno, ellos han dicho en alguna entrevista que soy su escritor vivo favorito. Aunque hace poco vi que se hicieron una foto con un libro de Mariana Enríquez y pensé, ‘a ver, no me pongáis los cuernos, que sigo siendo yo vuestro escritor de cabecera’ (ríe). 

"Yo nunca he sido músico, ni soy viudo. Es curioso porque hay gente que me ha dado el pésame por la calle... ¡y mi mujer está felizmente viva!"

También, por supuesto, hay muchas canciones y códigos QR para escucharlas. ¿Es otra manera de recorrer esta historia?

–Es es algo que decidí incluir ya en el segundo libro, Chucherías Herodes. Me pareció una manera de complementar la lectura y también porque muchas veces hay referencias que habrá gente que no conozca. Muchas curiosidades como que, de repente, te encuentras un vídeo de un concierto de Green Day en el gaztetxe de Andoain. Me parecen cosas interesantes que complementan la lectura, pero también son prescindibles. Quien prefiera leerlo o sin hacer esas paradas puede hacerlo.

Tras esos códigos también hay referencias a noticias, por ejemplo al ‘caso Altsasu’, que se parece mucho a la situación que vive Silvio, el hijo del protagonista.

–Al final, es el caso más mediático y del que más información hemos tenido en los últimos años. No quería escribir un libro sobre el caso Altsasu, no me sentía capacitado para eso, pero en el libro sí hay un caso de montaje policial y mediático. Aunque lo cierto es que, por desgracia, hay un montón de casos similares; ahí están ahora los seis de Zaragoza. Y, aquí, en Iruña, me acuerdo de la feminista que fue multada por agredir a un policía foral cuando las imágenes lo desmentían totalmente.

¿El título de la novela, La mentira es la que manda, se refiere a estas situaciones? 

–Esa frase viene de la canción Cerebros Destruidos, de Eskorbuto: La mentira es la que manda, la que causa sensación. Pensé en titularla La verdad es aburrida, que también está en esa letra, pero no quería que alguien se hiciera el gracioso y le pusiera una coma en medio y quedara La verdad, es aburrida. Además, La mentira es la que manda puede funcionar como lema, como signo de los tiempos. Es una frase que hoy podría firmar cualquiera. Pedro Sánchez podría haber salido el otro día diciéndola, pero los tiros no van por ahí. 

¿Por dónde van?

–En el caso de Pedro Sánchez o de la política en general, los partidos ya tienen también sus maquinarias para hacer frente a los bulos o para generar ellos mismos sus propias mentiras. Lo que yo quería era centrarme en qué pasa cuando es una persona, un ciudadano de a pie quien se ve envuelto en una situación así. En el libro, se muestra esa visión íntima del personaje, esa sensación de indefensión. Escribo una frase en la que digo “todos somos iguales ante la ley menos los agentes de la ley”, y no es una opinión, creo que eso incluso está legislado con la Ley Mordaza, según la cual, la palabra de un policía vale más que la tuya. Al final, lo que pretendía es hablar de un lawfare más de andar por casa.

¿En ese sentido, este y otros de sus libros son políticos?

–Sí. Aunque este es un libro de humor, que siempre atempera las cosas, la política está presente. Ya en Tratado de Hortografía, el primero de esta serie, cuento cómo Los Tampones se ven envueltos en una especie de revuelo mediático con fondo político. Lo que me interesa es mostrar cómo las decisiones políticas repercuten en nuestras vidas. Hay una escena muy elocuente en ese libro, cuando el personaje entra a comprar a un supermercado y hace una especie de casting a las bandejas de la carne, buscando cuál es la más barata. Eso es política también. Y en La mentira es la que vende está todo el tema de los abusos mediáticos y policiales, pero traídos a un ámbito doméstico. A veces, estas situaciones nos parecen lejanas, pero cualquiera nos podemos ver envuelto en ellas en un momento dado.

"Por desgracia, hay un montón de casos similares al de Altsasu; ahí están ahora los seis de Zaragoza"

De Patxi Irurzun siempre se destaca el humor y, en efecto, es uno de sus rasgos principales. ¿Y la melancolía?

–Siempre digo que estos libros son tragicómicos. Este igual más por la situación que atraviesa el personaje, con su hijo en la cárcel, su madre saliendo de la UCI... Aunque el humor es uno de los pilares de la historia, como siempre. En cuanto a la melancolía, es un rasgo característico de la personalidad del narrador y mía también. Lo que intento es no caer en la nostalgia. Por ejemplo, cuando habla de su época punk y los 80, no lo hace con añoranza. Tiene una visión bastante crítica de su juventud, que, en realidad, fue triste, violenta... Además, estamos ante una persona introvertida que le da muchas vueltas a la cabeza y que a veces se recrea en las cosas que le suceden. Ahí se puede percibir la melancolía.

¿El narrador es como describe a su madre, “tímida pero no apocada”? ¿Y el escritor?

–(Ríe) Es una definición que me parece muy interesante. Siempre me acuerdo de una frase del bertsolari Andoni Egaña, que se definía a sí mismo como “tímido, valiente, contradictorio”. A los tímidos nos pasa que nos contenemos mucho, pero eso no significa que nos acobardemos; de hecho, a veces quitas el tapón y sale todo como en un borbotón. Y mi madre, bueno, el personaje de la superabuela es tímida, pero si tiene que llamar a la radio para hablar con el consejero de Educación porque no han cogido a su hija en el instituto, que es algo que pasó en la realidad, pues lo hace. 

¿Existe todavía en Patxi Irurzun el punk que fue?

–De corazón, sigo siéndolo. Y no solo de corazón, porque me sigue interesando mucho ese mundo, esa música, y, por supuesto la filosofía, la ideología. Intento llevar eso a otros aspectos de mi vida, al día a día. Ahora no voy a la Eguzki y me tiro un eructo en el micro; voy a hablar de libros. 

Portada del libro, creada por Niko Vázquez. Cedida

Como en otras ocasiones, el personaje, y entiendo que Patxi Irurzun también, reflexiona sobre la escritura, sobre las expectativas no cumplidas, sobre ese éxito que no llega... Sobre esos 500 lectores...

–Hay bastantes reflexiones sobre la literatura porque el personaje comparte conmigo esa posición de escritor. Y sí, me sirve a veces para reflexionar, pero bueno, tengo que aclarar que no todo lo que dice él es lo que pienso yo. Muchas veces he pensado que me gustaría tener más lectores o que me merezco más, pero ahora estoy en un momento de paz y no tengo ansiedad en ese sentido. Hace ya 35 años que escribí mi primer libro, he publicado mucho, tengo una trayectoria y, sobre todo, unos lectores que creo que me consideran importante en sus vidas.

Hoy se habla mucho de la autoficción, pero Patxi Irurzun ya empezó a practicarla hace años.

–Sí, Lo de la autoficción me parece curioso, porque, a fin de cuentas, lo de incluirse como personaje es como el arte de escribir novelas de toda la vida. Henry Miller y Charles Bukowski ya lo hacían. Como en mi caso, los personajes no eran ellos realmente, aunque reconozco que este alter ego tiene muchos puntos en común conmigo: es escritor, tiene hijos adolescentes... Pero luego hay otras cosas que no compartimos. Yo nunca he sido músico, ni soy viudo. Es curioso porque hay gente que me ha dado el pésame por la calle... ¡y mi mujer está felizmente viva! 

En ninguno de los tres libros le ha puesto nombre al protagonista, aunque se parece mucho al escritor... Y, en el caso de este libro se mete a sí mismo como personaje. ¿Le gusta jugar con los lectores?

– (Ríe) Lo de no ponerle nombre fue una cosa que hice en el primer libro y luego se fue dilatando, no acabé de bautizarlo y eso ha seguido hasta ahora. Eso da pie a que lo confundan conmigo, a lo que en este libro he contribuido aun más introduciéndome a mí como amigo del personaje. Son pequeños juegos que me divierten un poco. El recurso de la autoficción o del alter ego me permite jugar mucho con cosas que me han pasado y con otras que no. No sé hasta qué punto también llegará un momento, o ha llegado ya, que esto se agote.

¿No continuará con las peripecias de este personaje?

–Bueno ahora es una trilogía y eso se lleva mucho (ríe). El cierre de este libro podría ser un cierre también del ciclo, pero no lo sé. Ahora tengo otras cosas por medio, pero, igual, si dentro de dos o tres años el personaje llama otra vez a mi puerta dentro de dos o tres años, vuelvo con él. De momento, y aunque he dicho que no siento ya ansiedad, sí que estoy ahora con la angustia de cuando publico. La novela ya ha empezado a rular hace una semana y estoy esperando las primeras reacciones. Y creo que eso está bien, porque, aunque ya tengo muchos libros, mantener ese nerviosismo es bueno.

¿Y las novelas históricas? 

–Cuando escribí la primera, Los dueños del viento, me lo planteé como una cosa excepcional. Luego resultó que esa novela funcionó bien. De hecho, creo que es de la que más he vendido, aunque yo no me siento muy identificado ni con el género ni con esa voz, pero, bueno, esas cosas pasan. Por eso desde la editorial me invitaron a seguir y a escribir otras dos. Pero son novelas agotadoras que exigen mucho trabajo. Ahora me apetece hacer otras cosas, pero no desecho esta opción; hay ideas que tengo flotando en la cabeza y, si en un momento dado hay una que tira mucho de mí, podría ponerme. Eso sí, aparte de este libro, a finales de año sacaré otro, una novela ilustrada por un dibujante al que admiro. En La mentira es la que manda también se habla del paso del tiempo y, de alguna manera, yo también me pregunto cuántas cosas me quedan por hacer. Voy a cumplir 55. Como dice el personaje, ‘somos como el Jarrai o el Segi del Imserso’ (ríe).