Repantingado en el sillón de la presidencia taurina, con la chistera bien calada y un atisbo de pitorreo en su mirada, aguantó la mofa coral de la solanera en los preliminares de la primera de Feria. Horas antes, el arzobispo celebrante (Cirarda) le había negado la mano de la paz en la misa de San Fermín. También le tocarían suspensiones de riau-riau y fallidas mociones de censura.

Julián Balduz Calvo (Tudela, agosto 1942) fue el primer alcalde de Pamplona después de la Constitución del 78. El más joven: accedió al cargo con 36 años. Su primer mandato, inesperado. PSOE y UPN, empatados a 5 concejales. Por encima, 8 de UCD y 7 de HB. Por debajo, 2 del PNV. Herri Batasuna irrumpió como segunda fuerza en Pamplona, a 800 votos de la primera. Los socialistas negaron su apoyo a la izquierda abertzale, pero las dos siglas nacionalistas vascas auparon a Balduz a la Alcaldía.

Un miembro de su grupo, el concejal Pérez Balda, sería expulsado del partido por romper la disciplina de voto y oponerse a la retirada de la ikurriña del balcón consistorial, acordada por UCD, UPN y el propio PSOE. Presidía la Comisión de Cultura. Balduz le había delegado el chupinazo de 1979, el primero en democracia. Fue promotor del encierro txiki. Aquellas elecciones municipales sentaron en el Pleno a las cinco primeras mujeres electas: Chacartegui y Oyaga (UCD), Monasterio (HB), Oslé (PSOE) y Labayen (UPN). Un día las reuní en la radio. Camino Oslé era estrecha colaboradora del alcalde. En los corrillos de la Casa se la tachaba de “alcaldesa”. Apuntado el caso en el encuentro radiofónico, fue perceptible cierto azoramiento colectivo. El idilio estaba en fase incipiente. Al tiempo, Balduz rompió su matrimonio y formaron pareja. Ruido social. El abertzale Zabaleta, primer Teniente de Alcalde, se postuló como defensor de Balduz si alguien se metía con él en los desfiles corporativos de los Sanfermines. Rivalidad en lo político. Respeto en lo personal. Sin fango.