Tengo 67 años, soy nieta de uno de los tantos asesinados. La enseñanza y la historia de distintas culturas, su modo de vida, sus gentes... siempre me ha apasionado. Paradojas de la vida, mi propia historia, la que me ha influido a mí, y a toda mi amplia familia, hasta bien mayores, no la hemos conocido... miedos, tabús... y parte de ella no conoceremos, ya no están sus protagonistas.

Soy nieta de un asesinado en la guerra, como otros tantos a los que nos mantuvieron en la ignorancia, sin explicaciones, con el consiguiente lastre que eso supuso a nivel de vivencias. Yo, en general he vivido anestesiada socialmente con este tema, e incluso diría que en algún momento he pensado: habiendo tantos problemas, no sería mejor dejar las cosas como están... No es posible, nuestra sociedad, o sea, las personas tenemos que implicarnos en cambiar las cosas para mantener la dignidad social.

Vivimos sumergidos en nuestros problemas y necesitamos implicarnos en acciones y movilizaciones que nos dignifiquen. Por eso, después de tantos años el pensar que se pueda dar otra utilidad sin derribar el monumento a los Caídos me revuelve el cuerpo. No se puede perder la ocasión de abrir la ciudad, derribando lo que llena de vergüenza a todo un pueblo víctima de la locura de unos pocos.

No solo es por las personas asesinadas, es sobre todo por la dignidad como pueblo. Hagamos un monumento abierto, una puerta, arco, cortina de agua... que haga que pase la luz, el aire, que limpie el ambiente y lo purifique, en definitiva, un espacio de encuentro, sosiego, calma, meditación que trasmita solidaridad, generosidad, interés por los demás. Hay que movilizarse por las causas sociales. Caídos, demolición, única solución.